La Semana Santa en Trinidad

Luis Orlando
León Carpio
Sea a finales de marzo o pleno abril —según lo dictado por el calendario lunar— la Semana Santa es la celebración por excelencia de la religión cristiana, conmemoración de los días finales de Jesús, mesías del Dios de Israel. Para la Iglesia Católica comienza desde el Domingo de Ramos. Esta es una de las celebraciones religiosas que con más arraigo festejamos los habitantes de Trinidad, cuna de tantas leyendas y tradiciones.
En los albores del siglo XXI, todavía la procesión del Viernes Santo atrae una inmensidad de gente hasta las calles empedradas, como recuerdo de una práctica que tiene el profundo legado de las famosas procesiones sevillanas en España, de la que la tercera villa bebió directamente y que se ha convertido en una de las más pintorescas de Cuba.
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No es hasta el siglo XVIII que existe noticia de verdaderas procesiones de Semana Santa en Trinidad. Según varios autores consultados, antes resultaba improbable por la inexistencia de un complejo religioso mejor estructurado, además de la precariedad de las calles y la falta de las figuras emblemáticas que hoy se muestran. Se cree que la primera procesión —de Jueves Santo— salió el 16 de marzo de 1716, presidida por el obispo fray Gerónimo Valdés, luego de la llegada a estas tierras de la imagen del Cristo de la Vera Cruz en 1713.
En realidad, la también llamada Semana Grande o Mayor constituía todo un hervidero religioso para la Trinidad dieciochesca, donde el catolicismo regía el pensamiento de lugareños con marcado fervor. Por aquella época las procesiones, a diferencia de hoy, llenaban el itinerario de toda la semana.
El Domingo de Ramos tenía lugar el Recorrido de las Palmas y el lunes la Oración en el Huerto. Del martes se conoce, hasta hace unas décadas, la procesión de la Coronación de Espinas que salía de la iglesia de San Francisco de Paula, con la imagen de Humildad y Paciencia. El miércoles continuaba con la salida del Nazareno, imitación del Cristo con la cruz a cuestas.
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La del jueves tenía especial significación. Ese día recorría las calles el Cristo de la Vera Cruz, un espectáculo grandioso a juicio del antiguo cronista de la ciudad, Gerardo Castellanos. Entonces llegaba la del viernes —proseguía Castellanos— peregrinación del Santo Entierro, precedida por el Sermón de las Siete Palabras y la Misa de los Oficios. La tradición trinitaria toma esta celebración como la más fervorosa de la jornada, con una concurrencia no solo de pueblo devoto, sino una multitud de visitantes de Cuba y del mundo, curiosos que venían (y vienen) a observar la procesión por su carácter folclórico.
Según el antiguo historiador local Francisco Marín Villafuerte, en su libro Historia de Trinidad, al principio las procesiones no marchaban con las imágenes del Santo Sepulcro, la Soledad y San Juan Apóstol. Por el contrario, caminaban integrantes de órdenes religiosas y feligreses a modo de penitencia, unos vestidos con telas rústicas y otros con ropa ligera, que se abrazaban a las cruces del barrio del Calvario (llamado así por surgir en representación del lugar de crucifixión de Jesús con motivo de la conmemoración de la Pascua de Resurrección o Semana Santa) donde se dejaban azotar en acto de flagelación como castigo por sus pecados.
Tras la llegada de las imágenes, el camino fue tornándose más parecido a lo que vemos hoy: salían desde la iglesia, cantaban el Miserere jóvenes de la comunidad y la banda de concierto y llevaban la instrumentación típica con la que dieron muerte al Mesías. Pasaban por la calle Amargura, hasta llegar a las Tres Cruces, para luego dar la vuelta hacia la Parroquial Mayor por la calle Real del Jigüe.
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