¡Piedras para turismo… señores!

Por: Paola López Castillo
A la memoria de mi padre y mi abuelo, defensores de Trinidad. Y a mi abuela y mi tío, que me contaron esta historia.
Recorrer a pie el centro histórico de la ciudad de Trinidad por primera vez resulta una experiencia única, inolvidable para cualquier novato. Sobre todo, si no lleva zapatos cómodos.
No se trata de una larga caminata bajo el sol, ni de alistarse en una imprevista
carrera contra reloj, sino que, como acostumbran a decir algunos bromistas, «hasta aquí todavía no ha llegado el asfalto». Desde su consolidación urbana, durante la primera mitad del XIX, Trinidad se distingue por sus calles empedradas. Las
chinas pelonas fueron colocadas en los caminos para cubrir la tierra rojiza de la región, que se convertía en un inmenso lodazal con cada aguacero.
(…)
al unísono con el crecimiento urbano de Trinidad y el establecimiento de
una población ordenada en su
puerto, se enfrentó la
pavimentación de las calles con cantos rodados, la que, iniciada en 1820, constituyó el más ambicioso
proyecto urbano. En 1839, el
empedrado(…) al unísono con el crecimiento urbano de Trinidad y el
establecimiento de una
población ordenada en su puerto, se
enfrentó la pavimentación de las calles con cantos rodados, la que, iniciada
en 1820, constituyó el más
ambicioso proyecto
urbano. En 1839, el empedrado había cubierto 62 056 varas planas de calles y plazas, entre las que se
encontraban la plaza de Santa
Ana y
las calles de Boca, Alameda,
Real del Jigüe, Colón, Rosario,
Gutiérrez, Cañada, Gloria, San Procopio, Jesús María, Merced, Santo Domingo, Desengaño y
Santa Ana; se había logrado
pavimentar casi toda la zona alta de la ciudad. Hacia mediados del siglo se concluye la pavimentación de las vías, lo que
se concilió con la construcción
de las
aceras.
A pesar de que resultan difíciles para el tránsito de vehículos, desgastan sin clemencia el más fuerte calzado y pueden provocar más de un tropezón, las piedras han devenido uno de los principales atractivos de la trama urbana de la localidad. Con el tiempo los trinitarios han aprendido a domesticarlas, y hasta a quererlas.
Sin
embargo, muchos desconocen que esta
convivencia de varias centurias no ha
sido siempre tan pacífica.
El Conflicto
Corría
el año 1959. La recién estrenada Revolución estremecía los cimientos de la Isla
toda. El destino de Cuba por fin
se construía por y para los cubanos.
Trinidad, como el resto de las
ciudades cubanas, se
transformaba con el empuje de las
fuerzas populares. El entusiasmo dictaba consignas y leyes que, algunas veces,
debido a la incultura heredada
de la colonia, pasaban por alto el necesario análisis. Un día de abril amanecieron flotando
en las calles miles de proclamas
con la siguiente inscripción:
¡TRINITARIOS AHORA O NUNCA!
(…)
un paso sobre esas piedras que fueron
cimentadas con sangre esclava arrastrada
con grilletes coloniales, ese pasado
debe desaparecer (…) Bayamo es el Primer Monumento Nacional Histórico, hoy
está asfaltado y sus
recuerdos coloniales están respetados. Porque Trinidad no es igual, porque Trinidad no debe progresar un
paso más al progreso.
NO MAS CIUDAD DORMIDA DE MISERIA Y ATRASO
Los que se oponen a las piedras, que guarden un Baúl de piedra.
¿PIEDRAS PARA QUÉ?
Fuera de piedras trinitarias ahora o nunca…
Y, al ritmo de la típica conga, con el coro «¿Piedras para qué? Las puso Batista y las quita Fidel» comenzó a levantarse el empedrado ancestral.
Los conocedores del valor histórico y patrimonial de la ciudad consideraron las nefastas consecuencias que acarrearía este acto, inducido por la ignorancia y la escasa visión de futuro, e hicieron público su desacuerdo.
Manolo Béquer, presidente de la Asociación Pro-Trinidad, fue de los primeros en alzar su voz en una proclama titulada Salvemos a Trinidad de Cuba:
«Ante los acontecimientos actuales que tienden a la trasformación de Trinidad histórica y colonial, no podemos menos que dejar constancia de nuestra protesta, pues el mismo entraña una responsabilidad histórica con la que no podemos ser copartícipes como trinitario y como ciudadano consciente (…)»
El abogado Eduardo López Deustua patentizó su respuesta en su artículo «¡Piedras para turismo…señores!», que calificaba ese suceso como «una puñalada al corazón, el inicio de un disparate, contra el turismo en Trinidad.»
«Nos encontrábamos fuera de Trinidad y al regresar por poco tenemos que usar un helicóptero para llegar a nuestro hogar, Gutiérrez 96. La calle había sido desbaratada. Sus piedras ancestrales desaparecidas. El polvo rojo, augurio de fangales, sustituía aquella calle de piedra, por donde corrimos cuando niño, asistimos a la Escuela, y después de mayores vamos a nuestro trabajo profesional (…)
«No destruyan lo poco que le queda a Trinidad. La responsabilidad histórica es grande. Trinidad colonial, Trinidad para el turismo, Trinidad para Cuba (…) Hagamos una ciudad próspera y feliz para todos. Pero con plan, con habilidad, con inteligencia (…)
«Cedan las piquetas demoledoras al raciocinio, al buen juicio, al buen tacto, al amor de trinitario (…)»
A
partir de aquí se desató una acalorada polémica mediática, cuyo rastro de
réplicas y contrarréplicas ha
quedado en volantes y
publicaciones de la época. Partidarios de la pavimentación y protectores
del empedrado se enrolaron en
interminables porfías, que llegaron al extremo de «empedrar» las puertas de las casas de
estos últimos.
Las autoridades locales intervinieron para poner orden y concierto, pero fue Antonio Núñez Jiménez, entonces presidente de la Academia de Ciencias de Cuba, quien puso fin a la discordia con una disposición oficial que decretaba la permanencia de las piedras.
Afortunadamente, el pueblo trinitario comprendió que no eran un símbolo del horrible pasado esclavista, sino la garantía para construir un porvenir diferente. La mayor parte de las «chinas pelonas» que habían sido quitadas regresó a su lugar. Y continúan ahí hasta los días de hoy.
EL RETO
A
más de cinco décadas de aquel suceso, Trinidad florece como un importante
polo turístico del país.
Visitantes de todas partes quedan maravillados ante uno de los más completos y mejor
preservados complejos de arquitectura colonial en América, merecedor de la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad
desde 1988.
Varias generaciones de especialistas han trabajado por la salvaguarda del patrimonio local y se ha reglamentado la dinámica del centro histórico. Por ejemplo, se limita el acceso de vehículos a la zona priorizada para la conservación y las intervenciones constructivas requieren autorización de la Oficina del Conservador. En cuanto al empedrado, cada cierto tiempo una brigada restaura las calles con paciencia artesanal.
En los últimos años, con el auge de la actividad económica por cuenta propia, la ciudad ha cambiado su esencia doméstica ante el empuje de los servicios asociados al turismo. Restaurantes, hostales, galerías, bazares, asoman por doquier. Como en la época del boom azucarero, se incrementan los trabajos de construcción, ampliación y «restauración».
Sin
embargo, es momento también de preservar,
de conservar el valioso legado
histórico de nuestra Trinidad.
Debe haber en cada
trinitario un vigilante perpetuo que
no sólo remiende sus zapatos y vigile las pisadas de los primerizos, sino que
respete los valores de su
vivienda y cuide el
empedrado de su calle, porque se sabe parte
de una ciudad que cambió su curso sin
dañar la historia.
Así lo sentía otro de sus hijos ilustres, el arquitecto Roberto López (Macholo), al escribir: «Trinidad nos traslada en el tiempo, nos hace volver a un pasado distante y a la vez omnipresente en las raíces de la cultura y la identidad de Hispanoamérica. Aquí se respira ese aire de lo genuino, de lo enraizado, de lo que está tangible, vivo, aún después de atravesar complejos procesos y eventos civilizatorios, que lejos de transformar su espíritu y su fisonomía, han ido consolidando y enriqueciendo esa hermosa memoria edificada que podemos sentir a plenitud al caminar sus calles empedradas».