La Abeja, primera revista literaria de Trinidad

Finalizando la jornada por el día de la prensa cubana, compartimos este artículo sobre la revista La Abeja, cuya investigación fue galardonada con Premio Relevante en la Edidión 2021 del Coloquio de la Cultura Trinitaria. Además, forma parte del libro El despertar periodísitco de Trinidad y Sancti Spíritus, actualmente en proceso de edición bajo el sello de Ediciones Luminaria .
Luis Orlando León Carpio y Javier Alejandro Brito Padilla
Traspapelada —y casi olvidada en los archivos de la Biblioteca Nacional José Martí— yace la revista La Abeja, primera publicación de carácter literario de la que se tenga constancia en Trinidad, un intento de promover lo mejor de la intelectualidad de la ciudad en el año 1856.
La conservación de sus páginas dice mucho del empeño que se le puso a esta revista por fomentar una verdadera cultura literaria en la ciudad cuando ya el periódico El Correo, más que un notable prestigio en la zona, desde 1820 había sentado cátedra en el periodismo de la región central, siendo el primogénito. De hecho, la revista se imprimía en los propios talleres tipográficos de donde manaba este rotativo, en la época en que don Justo Germán Cantero era su propietario.
La tercera década del siglo XIX cubano ofrecía un escenario más desahogado para el impulso de la comunicación pública (mediática) en el interior del país. El desarrollo periodístico que ya mantenía La Habana en esta fecha, y la extensión paulatina que experimentaban los talleres tipográficos en varias regiones —con mayor incidencia en 1820, fecha de la segunda libertad de imprenta a causa del pronunciamiento liberal, en Cádiz, del general Rafael de Riego—, constituyen factores del contexto que enamorarían la novel intelectualidad trinitaria.
Una intelectualidad nacida, además, en Trinidad, cuando era el territorio más importante de la región central cubana por sus condiciones económicas, en cuyos contornos se movían grandes flujos de dinero por los negocios del puerto, el comercio y el contrabando de esclavos; pero sobre todo por el inmenso desarrollo de la industria azucarera (1). En lo político, la ciudad había alcanzado la tenencia de Gobierno en 1797, con jurisdicción política y militar sobre todo el territorio central, y para 1816 ya era cabecera de la provincia homónima.
La fórmula esplendor económico más prominencia política, no podía resultar en otro factor que no fuera en un cambio de la fisonomía clasista de la ciudad, donde no solo pululaban linajes de grandes posesiones monetarias, sino que había venido a establecerse una influyente clase media. Al decir de la investigadora trinitaria Bárbara Venegas, Trinidad en esos años llegó a ser una urbe marcadamente cosmopolita, debido al fuerte fenómeno de inmigración blanca que había provocado su despertar económico. Vinieron personas de otros parajes de América y del mundo, sobre todo de Europa, y propiciaron la existencia de una comunidad de artesanos y comerciantes.
En la década de los 50 la Trinidad que respiraba café y melaza de caña mostraba los logros económicos que había alcanzado a lo largo de las décadas anteriores. La ciudad estaba mucho mejor desarrollada desde una experiencia intelectual gracias a que había encontrado en el periódico un centro de gestación. En la imprenta más importante en esa fecha —había al menos dos talleres más (2) — ocurrió un hecho significativo con la muerte del propietario fundador de El Correo, don Cristóbal Murtra. Sus hijos, en varios intentos por evitar la quiebra del negocio, vieron como única salida venderlo al sacarócrata don Justo Germán Cantero, suerte de mecenas de la cultura trinitaria con el cual continuó estableciéndose el desarrollo intelectual de la ciudad y lograron ver la luz otras publicaciones.
Además, la década de los 50 fue precisamente la época del auge literario en la Isla, cuando ya el romanticismo tenía expresiones autóctonas en Cuba y el Despotismo Ilustrado había creado toda una clase poderosa de intelectuales. Por esas fechas se inauguraron revistas literarias en La Habana, tales como: El Almendares (1856), La revista de La Habana (1853), La Guirnalda Cubana y No me olvides (1854), Brisas de Cuba, El Triple y El Semanario Cubano, ésta última en Santiago de Cuba (1855). No podemos olvidar tampoco la importancia e influencia que tuvo la Revista Bimestre Cubana, redactada por los integrantes de la Sociedad Patriótica de La Habana.
El surgimiento de La Abeja estuvo destinado a legitimar una verdadera producción intelectual en la región y fue quizás la expresión más importante de ese florecimiento. Sin embargo, como parte del fenómeno que constituían las revistas literarias de esta etapa en Cuba, la de Trinidad corrió la misma suerte de fracasar por poca recepción y falta de recursos, que no menguó su calidad, pues «sólo su limitada existencia frustró sus propósitos futuros, pero no el valor que la publicación tiene por lo que representa» (3).
Lo primero que se necesita para comprender la historia de un medio de comunicación es saber cuál era la infraestructura que permitía su existencia. La Abeja resultó todo un acontecimiento al salir quincenalmente, en formato libro con dos columnas de texto, lo cual confirma su procedencia artesanal, del tipo de tecnología que no conocía todavía las bondades de la prensa mecánica, mucho menos de las máquinas de vapor que ya abundaban en la capital del país.
En cuanto a sus hacedores, hay que decir que, a diferencia de El Correo y otros periódicos precedentes, donde el director del taller tipográfico solía ser el propio dirigente del papel —lo típico de los talleres tipográficos allende La Habana—, en el caso de La Abeja fue diferente. La figura de sus directores sí mantenía un rol esencial, en tanto eran quienes tenían la propiedad legal de la publicación y velaban por las cuestiones editoriales. Sus directores, también redactores, fueron Andrés Sánchez y José A. Cortés.
La creación, no obstante, se convendría a través de colaboraciones externas completadas con redactores no solo trinitarios, sino santiagueros, bayameses, camagüeyanos, matanceros y habaneros. Se pueden encontrar composiciones poéticas de Francisco Baral, José Cayetano Garzón, Úrsula Céspedes, José Antonio Cortés, Andrés Sánchez, José Fornaris, Rafael García Copley, Adelaida del Mármol, Joaquín Lorenzo Luaces, Luisa Pérez Montes de Oca, Néstor Martínez Guía y Juan Cristóbal Nápoles (El Cucalambé); así como artículos de crítica y costumbres de los trinitarios Fernando Echemendía (bajo el seudónimo de Federico de Hanneman) y Manuel Hernández Echerri. También existen firmas como la de Francisco de Castro y Barceló y el sacerdote Wenceslao Callejas, y de otros cuyos referentes solo llegan hasta hoy a través de sus seudónimos: Felicia, Filatetes, Filósofo Cristiano.
La Abeja tuvo una frecuencia de circulación quincenal durante el único año de existencia. Varias veces sus propósitos se vieron frustrados por falta de suscriptores, que ocasionaba problemas en la obtención de ganancias. Tuvo ausencia después del 1 de febrero hasta el 1 de marzo, y de este día hasta el 1 de abril. Desde el 1 de julio salió mensualmente hasta su cierre definitivo el 1 de noviembre de 1856.
La causa principal de su cierre se debió en gran medida a la falta de recursos económicos pues, como decíamos anteriormente, era poca la suscripción de lectores, a diferencia de El Correo, que podía costearse su impresión acudiendo a vías alternativas: vínculos con el gobierno local, anuncios de pequeños negocios y avisos de compraventa de esclavos. Además, el proceso de impresión-distribución de este periódico estuvo marcado en un primer momento por la peculiaridad de que para adquirir la publicación había que acudir al local donde radicaba la imprenta. De esta manera, el taller llegó a convertirse en librería, donde incluso se vendían la prensa de la península, libros y folletos, y se realizaba la suscripción de todas las publicaciones.
Pero incluso desde antes los periodistas de entonces veían con preocupación la cuestión de la suscripción a su periódico y solían atacar con vehemencia la «mala costumbre del préstamo», hábito de adquirir los ejemplares sin abonar un pago. Esta recurrente costumbre hacía que muchos más trinitarios de los que pagaban tuvieran acceso al impreso y no tuvieran interés en suscribirse. Según se lee en un artículo de El Correo del 3 de enero de 1841: «Pedirlo prestado, es un recurso que conspira a su ruina; y haciéndolo quienes pudieran suscribirse sin gravar sus intereses, es mirar con suma indiferencia el engrandecimiento y la civilización del país en que se vive».
La revista La Abeja es un medio de prensa gravemente marcado por este fenómeno. En sus páginas, dedicadas en lo fundamental a la difusión de la literatura, no encontramos los anuncios, uno de los mecanismos indispensables de sustento. Dependía en su totalidad de la cantidad de suscriptores que asegurara la rentabilidad y aunque mantenía más de 120 en Trinidad —cuya relación está expuesta al final de su último ejemplar— y otros tantos en La Habana, Cienfuegos, Sancti Spíritus y Santiago de Cuba, nunca llegó a una cantidad considerable en relación con las necesidades materiales que pudiera asegurarle su mantenimiento en público. Uno de los colaboradores de la revista, Wenceslao Calleja, publicó el 15 de enero de 1856 un artículo llamado «Trabajar la abeja para chupar los zánganos», dedicado a persuadir al público sobre la necesidad de contribuir al periodismo mediante la suscripción. Sobre prestar el periódico dijo:
«Es la verdad una costumbre pésima, agena de la ilustración de este pueblo culto, y perjudicialísima a las empresas periodísticas que por un impulso de patriotismo quieren difundir las luces y conocimientos humanos, arruinarlas en su nacimiento en vez de protegerlas, con ese egoísmo que llaman indebidamente economía, pues no contribuyendo con la módica suma que cuesta en la Isla una suscripcion, la debilitan (…)».
Ahora bien, ¿cuáles eran sus públicos potenciales y temas principales? ¿Qué carácter los definía? ¿Cuáles valores de referencia influían en los discursos de sus redactores? ¿Cómo funcionaban los géneros periodísticos de entonces? El 1 de marzo de 1856, su primer número, La Abeja fue anunciada como «la primera de su clase que se publica en esta ciudad». Este medio de prensa fue pródigo en la difusión de la literatura más revolucionaria de la época. En sus páginas aparecieron obras románticas, como el poema «La ausencia de vida», de Domingo del Monte, y de nativistas como José Fornaris y Juan Cristóbal Nápoles (El Cucalambé). De uno de los directores de la revista, José A. Cortés, era la sección «Flores Trinitarias», dedicada a la difusión de poesía sobre la belleza de las mujeres de la zona.
Existía, no obstante, una fuerte tendencia a hacer composiciones religiosas. Y no solo en la poesía tiene cabida la religión, pues de la firma del sacerdote Wenceslao Callejas vieron la luz artículos sobre el papel del cristianismo en la sociedad de su momento. Con un matiz similar, pero dedicado a la reflexión, se publicó una serie titulada Educación, sobre las características de este fenómeno en la sociedad trinitaria y cubana en general. La revista La Abeja constituyó la muestra más palpable de un intento de progreso científico e intelectual en Trinidad, pues fueron constantes sus esfuerzos por incluir temáticas que contribuyeran al fomento de una cultura general: educación, crítica de arte y literatura, filosofía religiosa e, incluso, temáticas históricas y socioculturales.
Por otra parte, la literatura se encauza al entretenimiento. En Trinidad, no se podía hablar de un sector intelectual demasiado amplio, más allá de los pocos exponentes criollos ya mencionados, algunos de alta sociedad y pertenecientes al clero. La poesía y las novelas de folletín buscaban la atención de los sectores más ociosos, que en aquel momento eran las mujeres, relegadas al hogar y, por tanto, con tiempo para estos fines. Este es uno de los factores que determinan el fracaso de la revista La Abeja: la falta de un público con verdaderas intenciones de instruirse. Cuando en el cuarto número inauguraron la sección «Flores Trinitarias», dedicadas a las mujeres de alta sociedad con poemas que resaltaban su belleza, su elegancia, etc., buscaban conquistar este importantísimo sector de clase para el mantenimiento de la revista, en tanto tenían el recurso para pagarla. Por tanto, el público al cual estaban dirigidas las publicaciones de Trinidad era de clase media y alta, en menor medida esta última.
Destinados a difundir trabajos de profundidad, los colaboradores de La Abeja se regodeaban en análisis más exhaustivos acerca de la moral regente en la época, y la necesidad del mantenimiento del status partiendo de instituciones como la Iglesia y la familia. Mucha de la poesía publicada en esta revista era de corte religioso, donde sobresale «Orgullo de hombre», la historia de un señor que desafió la grandeza de Dios y fue castigado.
Para ello hacían sobresalir el estilo de opinión en la redacción de los textos. Hay que recordar que el estilo periodístico de la primera mitad del siglo XIX —el cual primó a lo largo de casi toda la centuria— no conocía la noticia tal cual se concibe hoy.
Eran usuales, para las temáticas políticas y científicas, los artículos. La parte cultural ocupaba la mayor diversidad genérica. A pesar de la publicación de poemas y novelas de folletín, los temas meramente literarios de carácter más profundo se llevaban a cabo mediante la crítica, como es el caso del estudio que ofrece Andrés Sánchez acerca del poeta don Antonio Vinageras.
El costumbrismo se estableció en La Abeja como un recurso eficaz para el retrato de la sociedad de su momento. Además de los ejemplos ya especificados, otros autores también se interesaban por describir la realidad circundante, típica de la sociedad trinitaria decimonónica antes de la guerra de los Diez Años. El 1 de febrero de 1856 La Abeja proporcionó un artículo titulado «La Noche», firmado por Felicia, que describía las costumbres nocturnas de los cubanos, y hacía una diferenciación crítica entre las fiestas de ricos y pobres.
Podemos concluir que en Trinidad se contó con un importante medio de prensa en el año 1856 además del archiconocido periódico El Correo. La Abeja, primera revista literaria de la ciudad, aun con un solo año de circulación, supo dejar la huella de ser el primer gran acierto intelectual trinitario.
En sus páginas encontramos, ante todo, una confección de acabado exquisito, típico de las impresiones tipográficas artesanales. Pero, además, vemos el retrato de una época resultado de una naciente intelectualidad en la villa, que no por los avatares económicos fue menos ávida de reflejar su contexto, de discurrir en el pensamiento y el contexto del momento que les tocó vivir.
*Este artículo está originalmente publicado en la Revista Tornapunta no. 16, Año XI, Invierno 2017.
NOTAS Y REFERENCIAS
(1) De los emporios azucareros existentes en Trinidad, en 1827 el ingenio Guáimaro, propiedad de don Mariano Borrell, llegó a alcanzar la cifra de producción más alta del mundo en ese momento «en la que fue su mayor zafra, 82 000 @ de azúcar mascabada y prensada» (Angelbello y Venegas, 2008, p. 72).
(2) Según el naturalista español Ramón de la Sagra, en su libro Historia física, económico-política, intelectual y moral de la isla de Cuba.
(3) Marcelo, C: Una publicación olvidada: la revista trinitaria La Abeja. 1982.
BIBLIOGRAFÍA
ABRAHANTE, B. Y CADALSO, A: Desarrollo teatral de Trinidad en la época colonial (p. 49-59) en Venegas, B. (comp.) 500 Trinidad. Sancti Spíritus: EdicionesLuminarias, 2014.
CALLEJAS, W: Trabajar la abeja para chupar los zánganos en revista La Abeja, 15 de enero de 1856. Biblioteca Nacional «José Martí». Sala Cubana, Fondo Hemeroteca.
Los Editores. Al Público. El Correo, 3 de enero de 1841, en Biblioteca Nacional «José Martí». Sala Cubana. Fondo Hemeroteca.
MARCELO, C: Una publicación olvidada: la revista trinitaria La Abeja (1856), en revista Islas, enero-abril, 1982.
MARÍN VILLAFUERTE, F: Historia de Trinidad. Editor Jesús Montero, La Habana, 1945.
VENEGAS, B. Y ANGELBELLO, S. T: Trinidad Precolombina y Colonial. Ediciones Luminarias, Sancti Spíritus, 2008.