Trinidad, ciudad de creadores

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Luis Orlando León Carpio

Los valores culturales y patrimoniales de Trinidad no se reducen a su conservación arquitectónica. En 2019, la Unesco incluyó a la tercera villa cubana, junto a La Habana, en su Red de Ciudades Creativas, condición que se le otorga a urbes cuya cultura es pilar del desarrollo sostenible.

Tras el deslumbramiento por palacetes de casi 300 años de antigüedad, los viajeros sienten que no lo han descubierto todo. Trinidad seduce más allá de su patrimonio material y cobra vida en las manos de miles de lugareños que hacen de la artesanía su modo de vida.

Lo saben, sobre todo, los artífices de la lencería, que cada mañana se vuelcan a las calles a ofrecer lo mejor de su obra: suntuosas sobrecamas, elegantes tapetes o finos pañuelos que sorprenden a los ojos extranjeros. Lo reafirman los creadores de arraigo alfarero, del yarey, la bisutería, la orfebrería, la escultura popular, el arte naif y hasta los músicos que, con guitarra al hombro, se recuestan “en el contén del barrio” a “descargar” una ranchera.

Por esta razón, desde el 30 de octubre de 2019, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) decidió incluir a Trinidad en su Red de Ciudades Creativas. Junto a La Habana, devino pionera en ostentar esta condición en la Isla.

El nuevo título reconoce los esfuerzos por salvaguardar los valores del patrimonio inmaterial y su contribución al desarrollo sostenible, acorde con los presupuestos trazados por la Unesco en la Agenda 2030. El documento que avala la inclusión de los 66 nuevos sitios en la Red el pasado año, reconoce que estos “se comprometen a situar la cultura en el centro de su estrategia (…) y a compartir las mejores prácticas”.

Por su parte, la Directora General de la Unesco,Audrey Azoulay, declaró que: “En todo el mundo, estas ciudades, cada una a su manera, están haciendo de la cultura no un accesorio, sino un pilar (…) una prueba de innovación política y social y una señal poderosa para las generaciones más jóvenes”.

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Desde 2017, el Consejo Mundial de Artesanías había allanado el terreno al reconocer a Trinidad por sus manualidades —especialmente la lencería— que le otorgó el primero de los títulos que reconoce expresiones culturales de este tipo en la localidad.

Ese año, la vicepresidenta de promoción de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA), Rosa Juan Pérez —una de los principales artífices de la postulación reafirmaba que la condición de Ciudad Artesanía abriría un camino de oportunidades de intercambio a los artesanos trinitarios, le otorgaría visibilidad y prestigio y les acercaría a instituciones u organizaciones que pudieran contribuir a la salvaguarda de estas tradiciones.

En efecto, la Unesco sucumbió a los valores culturales de la otrora villa una vez más. Para llegar hasta allí, el gobierno municipal creó un grupo de trabajo multidisciplinario con especialistas de la Oficina del Conservador, el Fondo Cubano de Bienes Culturales, el Centro Universitario, la dirección territorial de Cultura y la ACAA; además de sociedades civiles y artesanos artistas del sector no estatal. Con la anuencia de todos presentaron oficialmente la solicitud.

Demostraron que la artesanía en Trinidad contribuye notablemente al desarrollo económico con un aporte al sector público de más de 10 millones en CUP y las empresas culturales tuvieron un beneficio en moneda total superior a los 500 mil, según consta en el expediente de postulación.

El documento aporta otro dato valioso: más de 1000 personas se dedican a labores artesanales en el municipio. La ACAA cuenta con una membresía de 181 artesanos y el Fondo de Bienes Culturales con 131. En los registros del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social existen 149 trabajadores por cuenta propia acogidos a la patente de “modistas y sastres”, 206 en la de “bordadores y tejedores” y 372 poseen la patente de “artesanos”.

En zonas rurales como Manaca-Iznaga, 32 familias basan su economía en la comercialización de labores textiles tradicionales. No menos importantes son los poblados de Meyer y su tradición de las semillas; San Pedro y sus tejidos de la fibra; Topes de Collante, la naturaleza muerta y La Pastora, la herrería.

Adier Zaballa comenzó a bordar desde niño, cuando se escapaba después de las clases para ayudar a su abuela quien, a su vez, recibió las primeras lecciones de deshilado de manos de su madre, y ella de su abuela, y así una cadena amplísima que quizás comenzó cuando los primeros españoles plantaron bandera en la zona del Jigüe.

“Este oficio se mantiene vivo porque es una tradición que se transfiere de una generación a otra, una expresión cultural autóctona de la región y además una actividad rentable”, opina el muchacho desde su puesto en el callejón de Peña, una de las “candongas” más concurridas para los amantes de manualidades.

Con 33 años recién cumplidos y sumando 12 en las labores de agujas, Adrián Carmona declara sin problemas que vive de su oficio como artesano. “No es para hacerse rico, pero me permite aportar a mi hogar. Lo que hay es que sacrificarse mucho, porque este es un trabajo que lleva dedicación, tiempo, práctica y estudio para alcanzar obras de gran valor estético”, confiesa. En Trinidad, las labores de aguja son el tope de una pirámide artesanal donde conviven otras expresiones diferentes. La alfarería está presente en la ciudad desde el año de 1724 y ha repercutido a nivel internacional gracias a la familia Santander. En 2007 ellos recibieron el Premio Especial de la Unesco a la Maestría Artesanal.

Neidys (Coki) Mesa Santander, la primera mujer de este linaje de alfareros, afirmó al periódico Escambray, sin tapujos, que Trinidad sin esta manifestación sería una ciudad incompleta. Consciente del aporte de su familia a la cultura local, aboga, juntos a tíos, primos y sobrinos, por el traspaso de sus conocimientos a generaciones futuras. “Por eso tratamos de tener la menor cantidad de empleados, porque siempre ha sido un negocio de familia”, aseguró.

A juicio de Carlos Enrique Sotolongo, especialista principal del Museo Romántico e investigador del tema, otras manifestaciones como el yarey —que encuentra aquí las famosas jabas de guano trinitarias—, el cuero, la bisutería, orfebrería, la ebanistería y la escultura popular se establecen con rasgos locales. “Hay una asimilación de estas nuevas formas que beben de lo universal y se reacomodan al conocimiento de sus hacedores. Entonces nacen productos típicos de aquí”, concluyó.

En esencia, todas estas expresiones de la creatividad de los trinitarios resultan un pilar fundamental en el modo de vida de la ciudad. Se expande porque a sus creadores les gusta, lo consideran hermoso, les realiza espiritual y profesionalmente y, no menos importante, les es rentable. El período de crisis económica que afectó a Trinidad por más de un siglo conservó casi intacta su arquitectura, pero también dotó a la ciudad de muchas generaciones de creadores legítimos.

Este trabajo está publicado originalmente en el boletín Jurabaina correspondiente a noviembre-diciembre de 2019. Puede consultarlo digital aquí.

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