Nuestro Julio Cuevas

En el día que se celebra a la santa patrona de los músicos, Santa Cecilia, mostramos los éxitos de un trinitario de talla internacional en el ámbito de las negritas y las corcheas.
Enrique Germán Zayas Bringas**
Gracias a la vida, que a los trinitarios nos dio un Julio Bartolomé Cuevas Díaz, que abandonado por su padre Bartolomé desde muy pequeño, tuvo que ser criado por su abuela Candelaria Díaz Villa, a la que ayudaba cargando agua para venderla a los vecinos, recogiendo sancocho para criar puercos y aves, o recorriendo las calles vendiendo dulces en bandejas. Todo ello fortaleció su espíritu desde niño y se reflejó en su desarrollo posterior de adulto, pues le proporcionó persistencia, gentileza, dignidad y solidaridad.
Nació el 12 de abril de 1897, en la calle de Gracias # 14, actualmente # 164. En su mocedad trabajó como ayudante de varios oficios, pero encontró para su suerte que en la Escuela Municipal de Música (1908), el profesor Buenaventura Dávila estaba recibiendo a jóvenes que mostraran talento para la música, por lo que su abuela lo inscribió. Resultó que Julio fue uno de los más destacados, porque se empeñaba en profundizar en el solfeo y en la armonía, y aunque le gustaba el piano, como su familia no tenía dinero para comprarle uno, se inclinó por la trompeta, que su maestro José Manuel Lombida le enseñó a tocar brillantemente.
Pronto Julito se percató que su futuro estaba en la música y, con una tenacidad que nunca le abandonó, comenzó a despuntar por encima del resto de sus compañeros, los integrantes de la Banda de Música Infantil de Trinidad. Rápidamente lo seleccionaron para que pasara a la Banda de Mayores y ahí se descubrió un timbre y sonido de trompeta, que era cada vez más sobresaliente.
Domingo Martínez, director de la Banda de Música de la provincia villareña que radicaba en Santa Clara, conoció de los éxitos demostrados por el jovial músico así que lo mandó a buscar para que tocara con él. A Julio le pareció una buena oportunidad, no sólo desde el punto de vista musical, donde ganaría en experiencia y prestigio, sino porque se le ofrecía un mejor salario. Allí conoció a su esposa Felicia García Jiménez.
Pasado un tiempo de destaque y perfeccionamiento en la banda de Santa Clara, fue llamado por sus amigos músicos de Cienfuegos para que dirigiera esta agrupación por un tiempo prudencial. Por supuesto que marchó, porque le interesaba mucho conocer y comprobar que podía ser director musical, lo cual sería muy importante para su restante vida artística.
Pero su mayor empeño estaba en su pueblo natal y cuando el alcalde municipal Carlos Pérez Cancio le pidió que dirigiera la de Trinidad, no vaciló un instante, ni solicitó condiciones económicas, entendió que ahí estaba su mayor deber. Entre 1923 y 1926 dirigió la banda y seleccionó como segundo director a Félix Reina, padre (1). Cuando asumió esta responsabilidad Julio tenía 26 años y ya se reflejaba en él su creatividad musical, que nunca le abandonó y le permitió componer varios danzones.
Aprovechó esta ocasión para crear su Orquesta Típica, como las que fueron dirigidas por Miguel Faílde, en Matanzas y Raimundo Valenzuela, en La Habana. Para estructurarla, seleccionó a varios músicos, todos residentes en Trinidad y que fueran capaces de ofrecerle el timbre que él deseaba encontrar para los danzones que ya estaba componiendo (2).
En estos avatares, a veces Arquímedes Pous le solicitaba participación en su compañía y otro gran músico cubano, Moisés Simmons, conoció del talento que tenía el trompetista trinitario. Por tal motivo lo invitó a que se trasladara para la capital como integrante de su orquesta, que tocaba en el Hotel Plaza. Julio aceptó su solicitud junto a las ventajas económicas y de superación que traía. Corría el año de 1928 y mientras trabajó con Simmons durante un año y medio en el Roof Garden del citado hotel simultaneó en la orquesta del teatro Campoamor.