Conoce detalles sobre el mito del Cristo de la Veracruz

María Antonia Turiño Pérez
Más de tres siglos han pasado desde que recorrió las calles trinitarias por primera vez el Cristo de la Veracruz. Fue el 16 de marzo de 1716 la inicial procesión de Jueves Santo en la ciudad, precedida por el Obispo Fray Gerónimo Valdés.
Cuenta la leyenda que la imagen llegó en 1713 al puerto de Casilda, pues el buque donde se transportaba y que se dirigía a la ciudad de Veracruz, México, fue sorprendido por un huracán y tenía que ser reparado. Luego del tercer intento fallido de abandonar la isla, el capitán dejó guarecida, junto a otra parte del cargamento, una misteriosa caja que creía la causante de estos infortunios.
Francisco Marín Villafuerte, en su libro Historia de Trinidad nos cuenta que
Salió, de nuevo, el barco con su preciosa carga, y, otra vez, le sorprendió fuerte y peligroso chubasco, arribando nuevamente al puerto. (…) en esta última vez, dejó el depósito, en el resguardo, una caja a disposición de los Franciscanos de Veracruz (…) Infló velas de nuevo la embarcación y, entonces, continuó rumbo a su destino sin que las olas detuvieran su marcha.
Al no ser reclamadas, estas pertenencias fueron subastadas un tiempo después y fue en aquel momento cuando descubrieron «la hermosa escultura, de tamaño natural, que constituye una verdadera maravilla -porque no escapó al cincel genial ni el más pequeño detalle anatómico, ni la más dulce expresión de mansedumbre-». Este hallazgo constituyó una gran sorpresa para el pueblo y los devotos afirmaban que el Señor no quería irse de Trinidad.
El Capitán Don Nicolás de Pablos Vélez adquirió la figura y la donó después a la Parroquial, donde estuvo hasta su destrucción en 1814, cuando fue trasladada al Convento de San Francisco de Asís. En 1892 fue regresada al entonces nuevo templo de la Santísima Trinidad, lugar donde se encuentra hoy.
El Señor de la Veracruz cobró gran importancia en el terruño. Hubo una época en la que cada jueves de la Semana Santa el pueblo trinitario caminaba por los senderos empedrados, con velas en sus manos tras el Cristo veracruzano. En palabras de Marín Villafuerte:
(…) ha sido sacado en procesiones extraordinarias. En fechas memorables, en días calamitosos para el pueblo, en epidemias, sequías, guerras y otros males, haciéndosele rotativas que han llovido milagros incontables. Se ha tenido orgullo, por ciertas familias, en adornar la divina imagen y alumbrarla (…).
Con el paso de los años, las procesiones dejaron de ser como en aquellos tiempos, pero en Semana Santa se les ve, el viernes, por las calles de Trinidad como símbolo del imaginario y la espiritualidad de los trinitarios.