De Santísima Trinidad a Ciudad Museo del Caribe

Ana Claudia López Ferro

“Trinidad de Cuba es una ciudad aparte (…) nostálgica de más de una emoción de otro tiempo.”


Esteban A. de Varona

Con la sutileza de una brisa de verano el tiempo hizo eco en Trinidad. Cinco siglos y un poco más han pasado por encima de las piedras por las que hoy caminamos. Para el foráneo y para el de aquí la tercera villa es una ciudad nueva detenida en el tiempo.

Mucho se ha escrito y se ha hablado de este rincón de la Isla. Aseguran que fue la ciudad más importante de Cuba por un espacio de 200 años. A lo largo del tiempo varios sobrenombres han hecho justicia al encanto que despierta la añeja ciudad.  La Santísima Trinidad tiene la magia de provocar a la escondida imaginación de aquel que la observa y crear para sí las más encumbradas frases y nombres.

En las primeras décadas del siglo pasado es reconocida como La sultana del Caribe en la revista La Lucha, en un artículo escrito por Otto A. Fischer, pero no fue hasta que se fundó la Asociación Pro Trinidad que se trabajó de manera directa y constante por darle visibilidad y renombre a la ciudad romántica que esconde tanta historia y tradición.

El sobrenombre Trinidad de Cuba nace con Manolo Bécquer en la década del cuarenta y es una de las estrategias que apoya su afán por convertir a Trinidad en Parque Nacional y Museo, como un intento de enaltecer y aprovechar lo meritorio y destacado de los mejores días de su pasado.

En 1944 se aprueba por la Junta Nacional de Arqueología y Etnología el proyecto ley que declaraba la ciudad como Monumento Nacional. Tres años después el historiador Emilio Roig de Leuchenring, publicó en la revista habanera Carteles un artículo titulado “Cuidemos y conservemos a Trinidad de Cuba”. El catedrático precisó en su tesis que no podía variarse ni modificarse cualquier aspecto relacionado con la arquitectura, las tradiciones y la cultura de la “vieja Trinidad”.

Por estos años el destacado historiador Gerardo Castellanos también escribió sobre la Villa: “Trinidad es un museo que cautiva por su secular fundación, la historia de sus habitantes (…) lo pintoresco de su establecimiento (…) De cualquiera de estos fijones puede tejerse una brillante crónica, memoria o libro (…)”.

Todo este halo atractivamente romántico que envuelve la ciudad conservada a través de los siglos hace que en las décadas del 60, 70 y 80 ya comience a utilizarse el sobrenombre Trinidad, Ciudad Museo. No es hasta el auge del turismo que el sintagma evoluciona hasta convertirse en Ciudad Museo del Caribe, con la total certeza de que el mar que baña el sur del territorio es uno de sus mayores atractivos. Este último es el término más conocido dentro y fuera del territorio nacional, aunque otros como Trinidad de Cuba y Un don del cielo, que cobró vida en el 2010 gracias a Alicia García Santana y a su libro de igual nombre, son tratados indistintamente en el argot popular y académico.

Trinidad es un museo a cielo abierto. La historia que guardan sus piedras y sus casonas se respira en cualquier atardecer en que el visitante o el coterráneo decida perderse por la telaraña de calles y callejuelas que un día recorrieron condes, corsarios y esclavos.

No se equivocaba Esteban A. de Varona, cuando en 1946 escribió:

“Trinidad de Cuba ha conservado su aspecto y su espíritu.

En su quietud lugareña (…) las viejas piedras patinadas por el sol, los vientos y las lluvias del Caribe, son más evocadoras que en otras partes. Quizás porque además de recuerdos son (…)  símbolos del carácter de una ciudad de gloriosa historia, que no puede desparecer.”

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