La trinitaria Catalina Berroa

ANA MARGARITA GÓMEZ RODRÍGUEZ*


Durante el siglo XIX, específicamente en su segunda mitad, la ciudad de Trinidad tuvo un prolífero ambiente cultural. En especial la música adquirió renombre nacional e internacional, puesto que comenzó por estos años un auge de academias que posibilitaron el estudio de niños y jóvenes con aptitudes musicales. Eran comunes los conciertos en el teatro Brunet, con gran asistencia de público. También eran reconocidos la Sección Filarmónica de Trinidad, donde se agrupaban los músicos como en una especie de logia, y el coro de la iglesia católica Santísima Trinidad.
En este contexto nació Catalina Berroa, destacada personalidad de la música trinitaria, el 28 de febrero de 1849, en una pequeña casa de embarro en la calle Guaurabo. Su nombre completo era María Catalina Prudencia Román de Berroa y Ojea.
El entorno hogareño favoreció su ulterior desempeño artístico ya que su padre, José Manuel Berroa, pianista de profesión, constituyó la mayor influencia en la vida de Catalina. De igual manera incidieron los Jiménez, excelentes directores de orquesta y ejecutores musicales, así como otros parientes que marcaron pauta en la historia armoniosa de la ciudad; tal es el caso de Tomás Dávila y sus hijos.
Ya en la adolescencia ejecutaba instrumentos musicales de difícil interpretación como piano, órgano, violín, guitarra, flauta y cornetín. José Julián Jiménez valoró estas condiciones y se dedicó al adiestramiento de la joven durante varios años, hasta conformar un cuarteto de cuerdas integrado por sus hijos Nicasio y José Manuel (Lico), Catalina y él mismo.
Aunque ella perteneció a una familia de músicos y se preparó para este fin, demostró tanto talento y virtud en la práctica instrumental que resultó toda una sorpresa: compuso su primera obra musical con apenas 18 años, “La trinitaria”, lo que ha permitido considerarla la primera mujer compositora en Cuba.
En 1871 asumió el puesto de directora y organista del coro parroquial en la iglesia-convento San Francisco de Asís de Trinidad. Un comentario periodístico titulado Salve y fiesta así lo acredita: «(…) la misa solemne, cuya música creemos nueva en ésta, agradó sobremanera y con doble motivo, al ser interpretada tan fielmente por los estimados profesores Catalina Berroa y Juan Crisóstomo».
En este puesto se mantuvo hasta que el convento que servía de sede al coro fue ocupado por tropas españolas. Luego, en 1892, con la inauguración de la nueva parroquial, continuó desempeñando esta función. Son valiosas las creaciones de Catalina que vieron la luz en estas décadas de trabajo; dentro de la obra religiosa que compuso se encuentran “Flores de mayo”, para coro y piano; “La virgen de Cuba”, para coro; “Osalularis” y “Salve” a dos voces, para violín y órgano. Realizó, además, arreglos musicales a obras de afamados compositores de esta época.
Desde 1880 venía realizando otra labor que de igual manera le otorgó el aprecio y la admiración de sus coterráneos: el trabajo como maestra de solfeo y piano, entre otros instrumentos, en la academia que fundó el artista José Julián Jiménez y que anunciaba el periódico El Telégrafo del 2 de mayo del mismo año:
“El artista trinitario José Julián Jiménez que ha organizado una buena orquesta en esta ciudad, ha tomado para academia la casa calle del Rosario esquina a San Luis, la cual se ha arreglado para que sirva también como salón de baile, inaugurándose con uno que tendrá lugar la noche de hoy Sábado”.
Asimismo, desempeñó otras labores que fueron parte importante de la vida musical trinitaria. Formó parte de un trío de cámara donde tocaba el cello, junto a Ana Luisa Vivanco (piano) y Manuel Jiménez (violín). Este trío se dedicaba a interpretar piezas de destacadísimos músicos extranjeros como Joseph Haydn, Ludwig van Beethoven y Wolfgang Amadeus Mozart. También trabajó como plantilla fija en el teatro Brunet, principal institución cultural de mediados del siglo XIX en Trinidad, en la orquesta dirigida por Tomás Dávila.Con regularidad amenizaba banquetes y bodas, participaba en conciertos y beneficios. En un anuncio del periódico El Telégrafo se comunicaba: “La noche de mañana es la designada para el gran concierto que en el coliseo de esta ciudad darán los trinitarios artistas Julián y Manuel Jiménez, acompañados de la Srita Jiménez”. Colaboró, además, como profesora voluntaria de la Sociedad de Socorro Mutuo para Gente de Color, donde muchos músicos locales tuvieron el privilegio de ser sus alumnos.
Su labor como benefactora fue también recogida y valorada por la prensa local. En el propio periódico El Telégrafo, al comentar un concierto ofrecido en el Asilo de Beneficencia y Hospital de Caridad, se expresaba acerca de Catalina: “(…) la modestísima Catalina Berroa formó parte de la función, tocando el violín de la manera magistral que ella sabe”. Este quehacer la animó a escribir los valses Cecilia, para piano y banda; Las flores y El negro Miguel, para piano.
La nómina de su obra recoge los siguientes títulos: “Canción a Belisa” (1902), “La Josefa” (1902),” Tu delirio” (1902), “Canción” (1902), “La reja” (s/f), “La conciencia” (s/f), “El talismán” (s/f), “Rosa gentil” (s/f), “Condenado” (s/f), “La súplica” (s/f).
El amor y la dedicación que esta mujer otorgó a su arte la mantuvieron alejada de cualquier relación amorosa hasta que, finalmente, a la edad de 52 años, contrajo matrimonio con Lucas Jiménez —de oficio herrero, viudo de 51 años y natural de Cienfuegos— el 20 de mayo de 1901 en la iglesia de San Francisco de Paula, con el cura párroco interino Daniel Guillermo Powers como oficiante y los pardos Joaquín Rodríguez y Teodoro Pacheco como testigos, ambos sastres y conocidos de los esposos.
Fijaron su hogar matrimonial en la calle Chinchiquirá número 2, esquina a San Cayetano, en una casa que había sido otorgada a la novia por don Francisco y doña María del Carmen Suárez del Villar y Rodríguez desde 1892. Muy pronto este hogar se convirtió en un espacio para la difusión de su obra musical y de la cultura en sentido general, a través de las conocidas tertulias de Catana, como cariñosamente la llamaron sus amigos.
Además, las figuras importantes de otros territorios que pasaban por la ciudad no dejaban de visitarla. Entre ellas podemos mencionar a Juventino Rosas y Claudio José Brindis de Salas, el Paganini Negro, considerado el mejor violinista de la época. También quiso conocerla el guitarrista Gelabert, quien le pidió que interpretara una de sus piezas en la guitarra. La maestra dejó correr sus dedos sobre las cuerdas y se dice que, al concluir, Gelabert expresó: “y después de escucharla a usted, ¿qué puedo yo interpretar?”.
Sobre la predilección del público trinitario por la música de Catalina Berroa, Manuel Béquer en su libro Trinidad de Cuba. Historia, leyenda y folklore recoge una singular anécdota que relaciona a la compositora con la afamada dama trinitaria Carmen Malibrán. Resulta que esta mujer, de espíritu ambicioso y con riqueza necesaria para complacer sus antojos, era aficionada a la música. Al conocer y escuchar a Catalina quedó prendada de su maestría y le ofreció comprarle una casa frente a la suya para escucharla tocar el piano todas las noches desde su aposento. Sin embargo, todo esto permanece en el terreno de lo anecdótico, ya que no se tienen referencias históricas que aseguren que la Berroa haya aceptado la propuesta de su coterránea y admiradora.
Otra de sus actividades como artista y promotora consistió en organizar durante mucho tiempo las célebres veladas de la sociedad La Luz, donde se disfrutaba de un ambiente jovial y de grandes bailadores. Quizás fue esta la principal razón por la que compuso las guarachas “De la Habana al cerro” (s/f) y “La cena del gato” (s/f). Así se mantuvo hasta que sus fuerzas la traicionaron y enfermó mortalmente; Catalina Berroa murió en Trinidad el 23 de noviembre de 1911, a la edad de 62 años.
No tuvo descendencia, mas fue querida por todos sus sobrinos, sobre todo por Lico. Este último era considerado por Bartolomé Vidal como una prolongación de Catalina, ya que él consiguió todo el reconocimiento mundial del que ella no pudo disfrutar, pero como coherentemente supuso: “Tal vez Lico ya en su sitial de honor en Alemania habría dicho: ésto se lo debo á mi tía y maestra Catalina Berroa”.
De manera similar, otro trinitario interesado por la música, Arístides Jiménez y Escobarrubia, gozó de su afectividad. Sin ser familia de la compositora, ella siempre lo consideró como un nieto y lo trató como tal. Con su enseñanza y su cariño maternal, este discípulo llegó a ser director de la Banda Municipal de Trinidad a partir del año 1943. La mayor muestra del aprecio que sentía la maestra por Arístides se encuentra declarada en su testamento, cuando decidió dejarle en herencia su famoso y magnífico violín amarillo.
En dicho documento –que tuvo como testigos a don Joaquín Rodríguez y Zayas (hojalatero), don Isidro Vivanco y Rodríguez (carpintero) y don Valeriano Rodríguez (zapatero)– establecía que no disponía nada de su cuerpo, sino que se encargaran de él sus familiares y seres queridos. Sus bienes y pertenencias sufrieron otra suerte, al ser encomendados con más precisión a parientes y allegados.
Mientras vivió, Catalina Berroa logró ser reconocida por sus alumnos, colegas músicos, gran parte de ellos familiares, allegados y amigos, la prensa y la intelectualidad de la época, así como por el público trinitario. Es por eso que las noticias de su vida y las valoraciones de sus contemporáneos se pueden encontrar en cartas personales y periódicos de esos años.
La integración al quehacer musical trinitario del siglo XIX hizo que Catalina se afiliara a la Unión Sindical de Músicos, mientras que, por otra parte, su reconocimiento en vida le granjeó la membresía en la Sección Filarmónica de Trinidad, y por su destacada labor fue nombrada su presidenta en 1891.
Otros reconocimientos vinieron después de su muerte, a manera de declaración de la valía de la compositora trinitaria para el panorama musical local y nacional. Los trinitarios colocaron como homenaje a su memoria una tarja de mármol, que se puede apreciar hoy día en la calle Chinchiquirá número 2, esquina a San Cayetano. Además, en la celebración del 22 de noviembre, conmemoración del día de Santa Cecilia, patrona de los músicos, cada año la Banda Municipal recorre las calles de la ciudad hasta llegar a la casa donde viviera la ilustre compositora, para colocar flores en su honor y tocar las notas de su canción más conocida: “La Trinitaria”.
Bibliografía
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CIMAC noticias: «Catalina Berroa, primera directora de orquesta en Cuba», en: http://agendade- lasmujeres.com.ar/notadesple- gada.php?id=5594 (publicado el 13 de febrero de 2008).
«Concierto». El Telégrafo (Trinidad): 3 de diciembre de 1871.
GIRO, RADAMÉS: Diccionario enciclopédico de la música en Cuba. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2009.
«Gran concierto». El Telégrafo (Trinidad): 1 de diciembre de 1879.
MARÍN VILLAFUERTE, FRANCISCO: Historia de Trinidad. Editor Jesús Montero, La Habana, 1945.
MUSEO NACIONAL DE LA MÚSICA: Plegable sobre Catalina Berroa, 1986.
PARDILLO GÓMEZ, MAYRA: «Catalina Berroa: virtuosismo y creatividad musical», en: http:// www.fenix.co.cu/Catalina.htm
«Salve y Fiesta». El Telégrafo. (Trinidad): 2 de junio de 1879. VALDÉS CANTERO, ALICIA: «Presencia de la mujer en la música cubana», en:http://www.uneac. org.cu/index.php?module=pu blicaciones&act=publicacion_ umero&id=38&idarticulo=24
VALDÉS, ALICIA: Con música, textos y presencia de Mujer. Ediciones Unión, La Habana, 2005.
VIDAL, BARTOLOMÉ: Catalina Berroa [Manuscrito] Museo Nacional de la Música, [s.f.].

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