Los carnavales trinitarios

Artículo publicado en la revista Tornapunta 2

Autor: Manuel Lagunilla Martínez

Las negras pieles curtidas por el fuerte sol tropical transpiran un copioso sudor, su fuerte olor se mezcla con el del aguardiente que, a grandes sorbos, toman los músicos mientras percuten unos muy rústicos y bien templados tambores de marcado acento africano. AI frenético ritmo de la música, los bailadores mueven sus cuerpos con lujuriosos contoneos de caderas. Es el carnaval, fiesta de honda raíz popular, signo identitario de nuestra cultura inmaterial.

Según el diccionario Ia palabra carnaval proviene de Ia italiana carnavale y esta del latín carnelevariu, fiestas consistentes en mascaradas, comparsas y otros regocijos bulliciosos. En el antiguo Egipto se celebraban en honor al buey Apis y a Ia diosa Ibis; en Grecia fueron famosas las bacanales, y en Roma las fiestas saturnales y lupercales, donde el pueblo se entregaba a cantos, música, danzas e ingestión de bebidas alcohólicas, hasta llegar al desenfreno y las orgías. Hubo una época en que desaparecieron y en Ia Edad Media volvieron a resurgir, aunque menos licenciosas pero muy populares y en ocasiones groseras. Estas fiestas fueron enriqueciéndose desde el punto de vista artístico hasta culminar en los famosos carnavales de Venecia, París, Sevilla, Barcelona y Madrid

Bajo Ia influencia latina de españoles, portugueses y franceses pasaron a sus colonias de América dando Iugar a los célebres carnavales de Río de Janeiro, Panamá, Cuba y Nueva Orleans, introduciéndose poco a poco nuevas formas de expresión en que se mezclaron primero, los hábitos y costumbres de los aborígenes y, posteriormente con gran fuerza, los ritos, bailes y cantos de los negros africanos traídos a América como esclavos para las plantaciones cañeras y otros fuertes trabajos.

Cada época, regiones o ciudades fueron introduciendo modificaciones en estas fiestas de acuerdo a sus costumbres, recursos y Ia fantasía e imaginación del pueblo que, en definitiva, es su principal protagonista.

En Ia Cuba de los primeros años del siglo XVI, cuando Ia escasa población blanca requería de momentos de distracción y recreación, se realizaban visitas entre los vecinos propiciándose amenas tertulias donde se jugaban naipes; en esas reuniones familiares, además, se fomentaron los llamados juegos de salón o sociedad donde al ritmo de pequeñas orquestas compuestas de violines, violón, clarinete y piano o pianola, se bailaban alegres danzas. Por otra parte, los jóvenes participaban en juegos de caballería, demostrando su destreza con las armas y el manejo de los caballos que, organizados en cuadrillas, se acometían entre sí.

Junto a los negros cazados y traídos a Ia fuerza desde África llegaron también sus hábitos y costumbres, que se fueron fusionando con lo español en un largo y complejo proceso de transculturación, de esta manera se fue incorporando el tambor a los formatos de las agrupaciones musicales. Los esclavos, mediante pantomimas representadas en los traspatios de las casas, se regocijaban al ritmo de Ia música y las danzas de su lejana África. En el mes de febrero comenzaban las fiestas, que coincidían con Ia celebración cristiana de Ia Cuaresma Baja o Carnestolendas, tres días antes del Miércoles de Ceniza, cuando se daba inicio a Ia Semana Santa. Posteriormente, por razones económicas, se trasladaron para el mes de junio, pues interrumpían las labores de Ia zafra azucarera.

En Trinidad los festejos se iniciaban el 30 de mayo, día de San Fernando. Algunos estudiosos del tema nos narran como hacia el año 1808, en las fiestas que se organizaban en Ia residencia de don José Fernando Muñoz, Gobernador de Trinidad, sus hijas, para lograr un mayor colorido y diversión, cubrían las lámparas de aceite con pantallas de colores y sus cuerpos con unas sábanas plegadas en Ia cabeza sujetas por grandes lazos que parecían aumentar su estatura y evitaban ser reconocidas; ataviadas de esta manera lograban sorprender a sus invitados. A esta costumbre de cubrirse con sabanas en fiestas y reuniones familiares se denominó las ensabanadas.

Cada año había una mayor participación de Ia población. El día 13 de junio salía desde el cabildo de los Congos Reales Ia comparsa de San Antonio, Oggun en el panteón de los Orichas. Entre los integrantes de esta comparsa había un personaje que vestido de harapos simulaba matar a una culebra que, según una antigua tradición, se comía las gallinas. Durante su recorrido por diferentes calles de Ia ciudad, se detenía frente a las casas para hacer su representación acompañada con música y cantos, al finalizar el coro que lo seguía cantaba: «Que Ia culebra se murió… que San Antonio Ia mató». Por muchos años fueron el alma de esta comparsa, hasta su muerte, los hermanos Alfonso y Félix Puig y un mulato que apodaban Bijol.

Generalmente los fines de semana irrumpía en las calles todo el pueblo a festejar y divertirse, aunque en realidad casi todos los días podían verse congas y disfraces; algunos se vestían de diablitos, con telas de color rojo o negro, en este último caso eran llamados viudas; también se veían capuchones, negritas culonas, piratas y otras vestimentas que demostraban la gracia y el buen gusto que desplegaban los trinitarios para hacer más alegres sus festejos. Dentro de esta gran variedad de personajes creados por Ia imaginación popular se destacaban <<la muerte en cueros», representada por Pastorcito, un negro flaco limpiabotas cubierto con un disfraz de color negro pegado al cuerpo, cuya tela estaba pintada por el frente con un esqueleto y por Ia espalda con una calavera y dos tibias en blanco, que era el pavor de los muchachos; el oso, disfraz hecho de saco de azúcar usado por un mulato al que llamaban El Palaeo, era conducido con unas cadenas por otro personaje, en ocasiones se soltaba y le caía detrás al público que corría despavorido; otro era Taita la Lanza, también vestido con tela de yute adornada  con cintas de diferentes colores y cubierto con un sombrero de guano, quien portaba una larga vara llena de zapatos viejos y simulaba torear a un animal hecho de finos listones de madera revestidos con una lona y, como cabeza, Ia osamenta de un toro que, cuando se libraba de las ataduras, corría tras Ia gente a su alrededor; en ocasiones los disfrazados entraban a las casas corriendo detrás de los muchachos que le gritaban «aburrío come harina en Ia puerta ‘e Ia cocina» y allí, en medio de Ia algarabía, se les brindaban comidas y bebidas. Las fiestas tenían un mayor esplendor, colorido y alegría los días 24 y 29 de junio, días de San Juan y San Pedro.

La gran mayoría de las calles eran cuidadosamente engalanadas por los vecinos, quienes seleccionaban un determinado motivo para representar. Entre todos acopiaban diferentes materiales: papeles de colores, cartulina, madera, pinturas y con un gran despliegue de imaginación construyan estampas chinas, mejicanas, del antiguo Egipto, aldeas de indios y otros. Para completar el ambiente muchos de los jóvenes se vestían a Ia manera del motivo representado en su cuadra.

Los guajiros de los poblados vecinos venían con sus mejores caballos, ataviados jinete y coree (con cintas de colores entretejidas en las crines y rabos, luciendo sus elegantes monturas; cientos de jinetes transitaban por Ia ciudad desde horas tempranas hasta caer Ia tarde, cuando comenzaba el paseo de carrozas, autos, carretas y carretones bellamente engalanados, que recorrían el circuito formado por las principales calles: Jesús María, Santo Domingo, Gutiérrez y Boca. Llovían sobre ellos confetis y serpentinas lanzadas por los espectadores mientras tocaban pitos, matracas y cornetas.

Seguían las comparsas luciendo originales coreógrafas: Ia antigua del Cocuye, los Dandys, los Moros, los Diablitos, Ia lnfantil, y muchas otras que venían de los diferentes barrios de Ia ciudad y del cercano puerto de Casilda.

En su tiempo gustaron mucho las tonadas, cantos populares interpretados por un coro y un grupo de percusión, que reflejaron en sus letras pasajes y tragedias de Ia ciudad y sus alrededores.

Cada barrio elegía su Reina y entre ellas se seleccionaba Ia que representaría Ia del Carnaval, Ia cual iba acompañada por una corte de damas. Con un gran despliegue de elegancia y buen gusto se realizaba el acto de coronaci6n que culminaba con Ia música de importantes orquestas locales o invitadas de Ia capital, mientras los fuegos artificiales iluminaban el cielo con sus estallidos de luz y color.

Por las noches, terminados los paseos y las actividades propias del día, se celebraban bailes de disfraces en las distintas sociedades, casas particulares, en las plazas y parques, los que confluían el 30 de junio con el tradicional Baile de Guajiros, verdadero homenaje a nuestra identidad y cubanía.

Hacia finales de los años 50 del siglo XX se crea Ia comparsa Fantasía Naniga, basada en las tradicionales fiestas del Día de Reyes, en que se permitía a los negros esclavos realizar sus cantos y bailes como un paliativo a su cruel estatus social.

Tras el triunfo de Ia Revolución los carnavales tomaron nuevos bríos y un carácter más popular, lo cual hizo aumentar el júbilo de los festejos. Transformadas las sociedades de recreo, los bailes se celebraban en los recién creados Círculos Sociales Obreros, donde se presentaban artistas y orquestas de fama nacional e internacional.

Hoy se recuerdan con nostalgia Ia Plataforma erigida en el portal de Ia Casa de Gobierno para los ados de presentaci6n de Ia Damas  y sus Luceros, y el famoso cabaret del Plan Escambray, construido en Ia plazoleta  conocida por Plaza de Ia Revolución,  donde actuaron, para delicia del pueblo, los Zafiros,  Ia orquesta del trinitario  Félix Reina, Ia de Barbarito Diez y Ia Banda Gigante  del Benny More; Esther Borja, Rosita Fornes, Nelson Camacho,  Luis Carbonell  y muchos otros que honran una larga lista.

Desde hace unos años las fiestas sanjuaneras, por muy diversas razones, han ido perdiendo prestancia y lucidez. Nuestras más genuinas tradiciones han quedado poco a poco en el olvido. El pueblo, principal gestor de nuestro proceso identitario, aflora el momento de retornarlas a su antiguo esplendor y que nuestras calles sean recorridas otra vez por Alfonso y Félix Puig, Bijol, el doctor Muñoz con su comparsa de los Diablitos, Pastorcito, El Palaeo y Rafelito Tiembla Tierra.@ii)

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