Homenaje a una gran ausencia

Nacy Benítez Vázquez

Conmemorar veinte años de la creación de la Oficina del Conservador de Trinidad y su Valle de los Ingenios es de gran satisfacción, sobre todo para los iniciadores, que desde diversas latitudes aún mantienen el orgullo de haber aportado lo mejor de cada uno a este proyecto. He aceptado muy gratamente la invitación del equipo de la Revista a escribir de Macholo, como un justo reconocimiento, al recordarlo como el máximo impulsor y creador de esta institución.

Mi homenaje, como colega y compañera durante 17 años, es dejar testimonio de la fuerza y el empeño puestos por él para lograr una entidad capaz de guiar la conservación del patrimonio desde una visión integral.

Roberto López Bastida fue su nombre, pero la mayoría prefería el Macholo, como lo había llamado su madre al nacer en la ciudad de Santa Clara un 29 de abril de 1958. Descendiente de una familia de gran arraigo en Trinidad, su vida transcurrió en esta pequeña villa, en la casa de Maceo 415, hasta su desaparición física. Graduado como arquitecto en 1980 en la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, inició su vida laboral en Trinidad, a la que dedicó 23 años de trabajo profesional.

Desde su entrada en 1987 al Equipo de Restauración impresionó por su capacidad de incidir con sus opiniones sobre los demás compañeros, que en aquellos momentos, desde la sede del Museo de la Arquitectura, conducían las tareas de investigación y restauración del Centro Histórico. Su capacidad intelectual lo condujo a captar rápidamente los conceptos y criterios de los más experimentados, además de lograr que los jóvenes recién llegados al Equipo se involucrasen con intensidad para continuar las labores iniciadas desde años anteriores por otras generaciones de trinitarios.

Desde su posición dentro del equipo técnico como proyectista, supo ganarse el liderazgo necesario para enfrentar las metas de la nueva etapa: la inscripción de Trinidad en la Lista del Patrimonio Mundial en 1988 y los retos que estaban por llegar. En 1989 lo nombraron especialista principal del Equipo de Restauración. Fueron años de feliz dedicación al trabajo, al colectivo, a no escatimar horarios ni necesidades materiales. Él nos condujo a la entrega total.

«Con sus carismáticas frases y su permanente jocosidad nos comprometía a todos, desde los más académicos hasta los sencillos técnicos y obreros, ninguno escapaba de su energía: nos convenció de mudanzas para mejorar las condiciones de trabajo, convocaba reuniones interminables y divertidas hasta encontrar el mejor desenlace, recibía estudiantes de arquitectura con el entusiasmo de su vida universitaria y prodigó sinceras acogidas a profesionales llegados de otras tierras que rápidamente convertía en sus amigos».

Fue una etapa intensa, que se hizo más difícil cuando atravesamos los años del llamado periodo especial en Cuba, del cual Trinidad y el equipo de trabajo no quedaron exentos, pero nunca decayó su ímpetu por encontrar nuevas vías y recursos económicos para continuar el proceso de recuperación del patrimonio trinitario.

Dedicaba parte de su tiempo a la atención de personalidades de la cultura, que por su posición dentro de las organizaciones nacionales podían ayudar a Trinidad: la querida Marta Arjona, su profe Isabel Rigol, el historiador y líder Eusebio Leal, la señora Gloria López Morales, de la Oficina Regional de la Unesco en La Habana y otros profesionales estaban permanentes en su agenda diaria, ya fuera por llamadas telefónicas o por citas y encuentros que les solicitaba.

Entre sus mayores méritos —hay que reconocerlo como el creador de la cooperación internacional en Trinidad— se «lanzó» a la búsqueda de acuerdos de colaboración con el Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Barcelona. En el año 1995, sin conocer metodologías y resoluciones dictadas sobre el tema, escaló trabas burocráticas hasta lograr varios talleres internacionales de verano. Nos convirtió en anfitriones de una treintena de estudiantes de arquitectura llegados desde Cataluña, España, donde unidos todos y sin escatimar horarios para el trabajo, desarropamos la verdadera esencia de los habitantes del barrio de las Tres Cruces, conocimos su hábitat y sus imperiosas necesidades.

No surgieron reparos a las interminables horas de trabajo, a pesar del fuerte clima de julio y agosto. Al final de las extensas jornadas Macholo nos esperaba con los resultados de cada ficha y diagnóstico realizado y nos alentaba para el próximo día. Así, con su ímpetu, nos hacía olvidar que los agostos eran nuestras vacaciones habituales, no había protestas, nos condujo sabiamente a disfrutar de aquel ambiente solidario y de crecimiento profesional.

Su visión para la formación técnica fue integral, hoy agradecemos sus exigencias para involucrarnos en talleres, conferencias, cursos en el Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología (Cencrem) y todas las actividades que nos conducían hacia la superación. A los arquitectos nos exigía investigaciones sobre la arquitectura y el urbanismo de la ciudad, la participación en los coloquios de la cultura trinitaria y cuantos estudios se le iban ocurriendo, desde los antiguos colores en los muros tantas veces encalados y pigmentados hasta los inventarios en los inaccesibles sitios del Valle.

Su convicción sobre la necesidad de una institución con autoridad propia para enfrentar los problemas que ya se vislumbraban desde los años 90: la llegada de turistas y los pocos recursos económicos lo llevaron a aprovechar cada oportunidad para hablar con líderes y personas que entendieran la necesidad de crear un nuevo modelo de gestión para enfrentar los retos.

Al frente de un equipo de cinco personas, fue el rector del documento base Programa de Rehabilitación de Trinidad que se presentó al Consejo de Ministros en 1996. Su sueño convertido en Proyecto se hizo realidad en febrero de 1997, cuando el periódico Granma en una pequeña nota anunciaba la aprobación de la Oficina del Conservador de Trinidad junto a otras del país.

Como se esperaba, fue nombrado su director por acuerdo del Consejo de la Administración de Trinidad en 1997, comenzando otra etapa en su vida profesional. La responsabilidad aumentó ante las misiones que exigía la naciente entidad, con autoridad y capacidad jurídica propia para continuar las labores de la preservación del patrimonio. Emprendió una nueva fase, a la que se entregó sin horarios ni límites; cumplir con el sueño anhelado lo llevó a desatender en varias ocasiones su salud.

Demasiadas tareas administrativas lo ocupaban, pero continuó siendo el mentor y guía de los profesionales y técnicos bajo su liderazgo. Elaboró estrategias y directrices para que el Plan de Rehabilitación Integral de Trinidad posibilitara la permanencia de los pobladores en el Centro Histórico, además de convertir el patrimonio en un importante recurso para la economía local.

Con el apoyo del Equipo Técnico logró incrementar el personal necesario para completar la nueva estructura organizativa: de esa forma llegaron economistas, abogados y personal administrativo a enfrentar las diversas tareas del proceso de rehabilitación integral, que alcanzaba no solo la restauración de inmuebles, también se abría un nuevo capítulo en la forma de gestión del patrimonio.

Afrontó cada problema de la ciudad y de sus habitantes con la visión del trinitario arraigado a la tierra que lo vio crecer. Nos condujo a creer en los valores reales de Trinidad, a enamorarnos de lo que aún hoy tratamos de continuar como la razón principal para no abandonar la Oficina y continuar su legado de trabajar por salvar la ciudad.

Luego de cinco años con la Oficina como su principal bastión varios problemas lo acorralaban: las innumerables ocupaciones, la inmensa tarea de aunar diferentes intereses y actores en un mismo escenario; al deseo de no abandonar el liderazgo técnico se sumaban incomprensiones y exigencias, que lo hacían desanimarse, y con cierta desesperanza, en una ocasión escribió muy íntimamente en una cuartilla a la que llamó Dudas: «No sé qué va a pasar, hay peligros reales y mortales que no son mis inventos ni alucinaciones, y hay también fantasmas que son igual de peligrosos para el optimismo y la valentía».

Como todo humano, tuvo agobios y desánimos, momentos en que pensó abandonar lo que había impulsado, pero el compromiso con «su gente», que él mismo había convocado, le hacían frenar sus instintos de retirarse a la tranquilidad del hogar para ver su Trinidad desde otra visión.

Fueron ráfagas de abatimiento, pero sabía cómo recuperarse de esos estados de indefinición, y cada día nos llenaba del optimismo necesario para continuar, así en aras de celebrar el sexto aniversario dela Oficina nos ofreció públicamente, en un lindo acto, la siguiente proclama:

Brote del sexto aniversario: Destacados…?…Conformes?… ¡Nunca estaremos!!… porque dormirse sobre el aparente triunfo es esperar el alba sin espada, y la espada o mejor el paraguayo machete, seguirá siempre en alto y frente al sol, rebelde, inconforme y tenaz, por la misión sagrada de esta hermosa y frágil señorita Trinidad que nos espera siempre, acompañada de su fiel y amado Valle, al recodo del camino, entre el Guaurabo y la Ermita, entre la Vigía y el mar.

Mucho más que resaltar misiones cumplidas, se impone solo mirar cuántos espacios aún quedan, contar las incontables metas que aún quedan y que son mucho más fuertes que las cumplidas. Como emprendedores de vocación, el desafío está en no cansarse, en seguir pa’lante, en unidos en el actuar, diversos en el análisis, enérgicos en el debate y sobre todo fieles y transparentes en el momento de la verdad.

Unos meses después supimos que seríasu último destello de optimismo, el 11de junio de 2003 se marchó, siendo estavez la partida definitiva que nos tomó desorpresa. No hubo reemplazo, varias personaspor formación profesional o porresponsabilidad podíamos continuar alfrente de la Oficina, pero otro Macholo nollegaría, perdimos un líder y continuamoslo que dejó iniciado, pero la sustituciónhubo que asumirla desde otras contingencias.

No pudo disfrutar de la Trinidad delsiglo XXI, o quién sabe si alguna señalancestral consideró que su espíritu noaguantaría ver su frágil señorita sacudidapor los desafíos y los cambios que hoy nos angustian

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