Las leyendas del Marqués

Más de dos siglos han pasado desde que en Trinidad vivió una de las figuras más polémicas y acaudalas de la región central durante la etapa colonial. Don José Mariano Borrell y Lemus, primer Marqués de Guáimaro, Caballero de Cataluña, Coronel de Milicias de las Cuatro Villas y Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica.
En 1830 heredó de su padre el Ingenio Guáimaro, donde tres años antes se había logrado la producción de azúcar más alta en el mundo con 82,000 arrobas. Gracias a su herencia, el joven José Borrell se convirtió en el hacendado más poderoso de la Villa y su dotación de esclavos en la más grande de la región.
A él le debemos una de las mayores joyas arquitectónicos del Valle de los Ingenios. La casa hacienda Guáimaro, restaurada por la Oficina del Conservador de Trinidad, contaba en ese entonces con algunos de los salones más bellos del país, cubiertos de pinturas murales de piso a techo, con temas Románticos y Neoclásicos a la usanza europea.
Debido a sus contribuciones a la corona española la reina Isabel II le concedió el título de Marqués de Guáimaro. Cuatro años después, el 5 de junio de 1864, falleció en la ciudad de Trinidad.
No solo por su riqueza fue conocido el Marqués, los rumores y anécdotas que apuntan hacia su carácter despiadado han llegado hasta nuestros días. Muchas de estas historias ya son parte del folklore y las leyendas que guarda la memoria popular de la Villa.
Se dice que su inmensa y creciente fortuna era consecuencia de sus innumerables pactos con el maligno, de quien además tenía un retrato en uno de los aposentos de Guáimaro. La tradición oral cuenta que a su muerte los nuevos propietarios del inmueble se dieron a la tarea de pintar infructuosamente–una y otra vez –la pared para eliminar al demonio, aunque siempre volvió a aparecer.

Otra de los mitos que envuelve a este polémico personaje es la de su tesoro escondido. Esta historia parece sacada de alguna película de ficción, pero no han sido pocos los que se han lanzado en su búsqueda. Aun así, hasta nuestros días, nadie ha tenido suerte. El Marqués no dejó rastro ni testigo del enterramiento de la veintena de cofres repletos de monedeas de oro.
Según la leyenda una noche regresaba Don Mariano a su palacio desde un cercano ingenio cuando le dispararon con una escopeta. Respondió con su pistola al agresor y logró herirlo y capturarlo. Se trataba de un esclavo de su propia dotación al que condujo a Trinidad y en presencia de un juez intentó hacerle confesar quién había dado orden de su muerte, mientras él mismo se desangraba a consecuencias de sus heridas.
Finalmente, el esclavo confesó. El atentado había sido ordenado por su propia esposa en complicidad con su hijo con el solo propósito de heredar su fortuna. Ante tanta codicia el Marqués enterró todas sus riquezas en un punto desconocido y cuentan que asesinó a los esclavos que la transportaban para que con ellos muriera el secreto del lugar exacto donde descansan los cofres.
Sea cuál sea la verdad, el fantástico tesoro del Marqués de Guáimaro aun yace oculto en lo más profundo del Valle. Ha sido su tarea durante dos siglos custodiar con recelo la fortuna escondida de Don Mariano Borrell.