Sumergido en la noche misma

Esta entrevista fue realizada por Anisley Miraz Lladosa para la revista Tornapunta VI
Trinidad ha sido desde su creación Tmusa inspiradora de un sin número de artistas de todas las manifestaciones, entre los que se destacan trovadores, poetas y pintores. La ciudad ha sido pintada, dibujada, estampada, esculpida, trabajada… mediante todas las técnicas conocidas y con infinidad de materiales. Muchos hemos «explotado» su arquitectura, sus leyendas, tradiciones y mitos; su gente y su vida diaria… En todos los tonos posibles los artistas han coloreado su ciudad; pero ninguno lo ha hecho de la manera en que Carlos Mata nos la muestra.
Se trata pues de un artista que nunca se repite. Nos regala en cada cuadro un pedazo de las noches que lo embrujan. Se ha visto siempre motivado por lo que pudiera denominar el extraordinario hechizo de las noches trinitarias.
El artista ha pintado también numerosos retratos y paisajes. Su estilo ha transitado desde la tendencia surrealista hasta lo más hiperrealista de la pintura. Trinidad de noche comienza a hacerse presente en sus cuadros, comienza a convertirse en cómplice de su quehacer artístico a finales de la década del ‘90, impulsada por un amor a la fotografía y a los resultados y efectos que se pueden lograr a través de esta técnica. Sus fotos realizadas específicamente en los ‘80, le sirven como punto de partida para futuras y bellas obras donde Trinidad se convierte en protagonista y donde se puede apreciar un trabajo tenaz y una factualidad impecable.
Mata, como lo conocemos en la villa, nació en la ciudad de Trinidad en el año 1954. Cursó estudios en la Escuela Provincial de Artes Plásticas de la provincia de Cienfuegos (1967 – 1970). En 1974 se graduó de la Escuela Nacional de Artes Plásticas y comenzó a trabajar en el entonces Taller Vocacional de Artes Plásticas a la par de otros egresados, con individuos seducidos de todas las edades. En el año 1976 dicho Taller pasó a ser Escuela Elemental de Artes Plásticas. Es en esta época cuando Carlos Mata debe cumplir el servicio militar y a su regreso, en el ‘79, ya no queda plaza vacante para él. En ese año la escuela se había trasladado a la calle Desengaño.
En los tres años que siguen, labora en el Museo de Arquitectura, del cual fue fundador. Posteriormente se reincorpora a trabajar en la escuela junto a artistas como Luís Blanco, Toledo, Sentmanat, Verdial, entre otros. Una vez más la escuela cambia de sede (al local donde actualmente reside la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios) y nuevamente a Mata le toca hacer el papel de pionero. Como en el caso del Museo de Arquitectura, aquí también realiza una labor constructiva: limpia los terrenos, con sus propias manos hace mezcla y coloca uno tras otro los ladrillos, ve nacer la institución desde sus cimientos y la ve erigirse para abrigar en su seno talentos de las más variadas manifestaciones de las artes plásticas. Después de la «conquista» y «colonización» comienza a trabajar como profesor, demostrando una vez más el ahínco y la probidad que lo identifican.
En este local, la escuela alcanza el nivel medio profesional y comienza a acoger muchos alumnos de otras provincias del país.
Por último, es reubicada en el antiguo Cuartel de Dragones —donde se encuentra en la actualidad, con características estructurales bien diferentes— y pasa a ser la Academia Profesional de Artes Plásticas «Oscar Fernández Morera». En ella trabaja el artista hasta el año 1993, fecha en que comienza su faena como creador independiente.
A lo largo de su labor profesional Mata ha sido profesor de Pintura, Dibujo, Diseño Básico, Fotografía y Joyería. Hay que destacar que estos dos últimos talleres se hicieron posibles gracias a los esfuerzos personales del artista que actuó otra vez como creador, fundador y constructor nato: primeramente, creó estas cátedras que antes no funcionaban y no se impartían a los estudiantes y puso sus propios instrumentos al servicio de los alumnos. Comenzó a trabajar con sus recursos, con implementos muy rústicos que posteriormente se fueron desarrollando y aumentando. Resulta interesante y necesario volver a hablar acerca de todas las instituciones culturales y talleres de artes plásticas que fue capaz de crear con su mente y sus propias manos. Cuando lo vemos andar estas calles, difícilmente podremos deducir que se trata de un hacedor especial con tantas cosas hechas por el desarrollo socio-cultural del pueblo que le vio nacer.
Abordé la casa, interrumpí su habitual faena e interpelé al artista y a su esposa, «obstaculizando» el desempeño de los trajines cotidianos. Motivada por el gusto tremendo de hablar sobre Trinidad y volver a vivirla a través de los cuadros de Mata, le hice ciertas preguntas cuyas respuestas imaginaba yo premeditadamente, pero que en boca suya no iban a parecer en absoluto frases triviales de quien ha hablado siempre sobre el mismo tema. Trinidad se muestra bella, tal cual es. No se disfraza de artilugios arquitectónicos, ni siquiera se escuda de sus viejas leyendas, de sus valores coloniales que han atraído a los turistas de todo el mundo desde que fuera declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en el año 1988, de sus decadentes pero mágicos y aún hermosos barrios, de sus calles más ilustres… En la obra de Mata la ciudad se desviste y se viste con el traje de la noche y su aroma de vida.
¿Qué aspecto esencial te impulsó a convertir a Trinidad en el motivo y fin de tu discurso plástico?
Mira, yo hice paisajes diurnos primero, con fines comerciales: esa fue la época del famoso período especial. El turismo venía a Trinidad buscando cosas de todo tipo. Era una etapa difícil y había que vivir. Pero llegó un momento en que el mercado se inundó de «lo mismo».
Me ayudó mucho la experiencia con la fotografía. Me fascinaba la realidad, de modo que Trinidad siempre estuvo presente en mis creaciones. Manejé primero la nocturnidad de forma surrealista. Recuerdo un cuadro mío que era una mezcla del día y la noche, en el que quise eternizar el tiempo. Todo. Una locura aquello. En esos momentos ya me apoyaba en la fotografía. Me embullé con Benito Miranda (fundador del Taller Literario de Trinidad y licenciado en Historia del Arte) a quien le gustaba mucho la fotografía. Y salíamos de noche a andar cualquier calle con el trípode de Miguel Carrazú (actor de teatro del Grupo Escambray y aficionado a la fotografía). Así eran aquellos tiempos. Salir a la noche para andar Trinidad…
(¿Por qué no salir a Trinidad y andar la Noche?) ¿Qué significa esta para Carlos Mata?
La Noche es un estado de tiempo que disfruto mucho. Es como la búsqueda de un tiempo ya vivido. No es la noche de ahora; es la Noche Añorada, la Trinidad oscura de pocas luces. Los primeros cuadros que hice con esta temática tenían postes, alumbrado público, luces en las casas; pero deseché esta condición pues prefiero una ciudad más misteriosa y más antigua y decidí quedarme con la luz amarilla de los quinqués y las velas saliendo del interior de los hogares y la luz de la luna, así como en una rivalidad.
Me encanta el momento de la puesta de sol, el cambio de la tarde hacia la noche.
Cuando pintas la ciudad, ¿qué es lo más importante para ti?
Lo más importante es que quede la esencia de Trinidad, que se escuchen los grillos, que se perciba el olor a humedad cuando va a llover, la intimidad de la penumbra…
Mira, pocas veces he representado al ser humano. En mis paisajes no hay personas; pero hay una «presencia ausente» de estas figuras y eso trato de lograrlo a través de la luz que sale de las casas: el devenir interior de las moradas, ¿comprendes?

Tu formación y posterior labor tuvo mucho que ver con la fundación del Museo de Arquitectura, institución insignia del trabajo de conservación y restauración de la ciudad. ¿Qué recuerdos te trae esta etapa de tu vida?
En el año 1979 regreso a Trinidad, después de cumplir el servicio militar en Matanzas; procuro entonces incorporarme a la Escuela Elemental de Arte, pero ya mi plaza estaba ocupada por un nuevo profesor egresado. Fue un momento difícil al verme desvinculado de mi profesión; pero cierto día, al pasar por la casa de las Sánchez Iznaga, observé un gran movimiento de albañiles, carpinteros, etc. y esto atrajo mi atención, lo cual me motivó a pasar a su interior; allí me encontré con Víctor Echenagusía, quien me explicó todo el proyecto de restauración que se estaba gestando con vistas a la creación de un museo que atesorara y mostrara todos los elementos que conforman la arquitectura doméstica local.
Esta atmósfera tan intensa de trabajo me incitó a incorporarme inicialmente, de forma voluntaria, en el rescate de las pinturas murales. Posteriormente, al crearse la plaza de conservación, gracias a la gestión de Alicia García, directora del proyecto y de la institución en ese momento, ocupo oficialmente la misma, formando parte así de este extraordinario e incansable equipo de trabajo.
Durante todo el período de restauración y montaje del conjunto de las salas tuve la oportunidad de compartir con arquitectos como Cotarelo, diseñadores como Lorenzo, José Manuel Cadalso, el maestro arquitecto, así como disfrutar la maestría de los viejos alarifes y los exquisitos ebanistas que hicieron posible el ambicioso proyecto; anhelo de un grupo de incansables soñadores, enamorados de su ciudad como Alicia, Teresita, Víctor… (yo diría también que tú mismo).
¿Cómo influyó en la concepción de tu obra toda esta experiencia dentro de la conservación y restauración?
Trabajar durante años en el Museo de Arquitectura significó para mí una nueva y rica experiencia, pues a pesar de ser trinitario de nacimiento, no tenía plena conciencia de la importancia del cuidado y conservación del patrimonio local. El vínculo con este equipo me fue ilustrando en el conocimiento de todos los elementos constitutivos, estilísticos e históricos de la ciudad.
Para desarrollar los procesos de restauración, fue muy importante el empleo de la fotografía, en la cual me inicié de manera empírica. Todo este mundo de imágenes y procesos mágicos despertó en mí una gran pasión, como una necesidad de expresión creadora, que me dio posteriormente la posibilidad de alcanzar algunos premios de fotografía en diferentes concursos. Considero que en mi trabajo como paisajista, donde la ciudad y su ambiente intangible son protagonistas, la parte técnica no es suficiente si no hay realmente una carga emocional que responda a vivencias acumuladas y que requiero perpetuar para no dejar morir la esencia y el encanto de Trinidad.
¿Qué deseas que los perceptores busquen y encuentren en tus cuadros?
Hay una cosa que muchos dicen cuándo van a apreciar una obra mía: «es muy oscura y cuesta trabajo ver…» Yo quiero que poco a poco la gente vaya mirando y descubriendo las figuras, los elementos.
En esta parte de la entrevista su esposa, Bárbara Calzada, nos relató una anécdota:
Resulta que una alemana compró dos cuadros de Carlitos de la primera exposición que él hizo, y los puso en su casa. Sus amigos visitaban la casa y muchos quedaban impactados por los cuadros. De golpe no veían nada; pero lentamente iban escapándoseles asonancias como: ¡oh!, ¡ah!, ¡mmm!… algunos sonidos de descubrimiento. Era que poco a poco iban encontrando detalles como la lluvia, el humo… cosas dentro de la oscuridad.
Después de interactuar con Carlos Mata y la belleza, elegancia y distinción de su obra, no puedo menos que decir con todo el ahínco que me es permitido: tener la posibilidad de contemplar un cuadro suyo es estar sumergido dentro de la noche misma.